martes, 4 de enero de 2011

YA TENEMOS AQUI EL 2011

Ya lo tenemos aquí, implacable llega puntual a nuestras vidas.




Desgraciadamente dado los tiempos que corren para la mayoría se presenta un año lleno de temores y resignación. Yo prefiero mirarlo como un año lleno de retos laborables y personales.



La mayor parte de nosotros nos encontramos en una edad en la que los retos familiares y personales son múltiples, nuestros mayores, los cónyuges y nuestros pequeños.



Pero dadas las circunstancias posiblemente el reto que nos tiene mas preocupado es el laboral.





Por un lado los problemas de los vendedores de prensa comenzaron hará unos 8 años y fuertemente aumentados desde hace 4 por la crisis actual.



El eterno problema de la distribución ha aumentado al producirse la concentración y agrandamiento de estas empresas creando en muchas ocasiones unos monstruos devoradores de lo que sea con tal de engrandecer sus cuentas y comiéndose a los débiles: vendedores y pequeños editores.



Los grandes editores creadores de estas empresas tenían además la oportunidad de aparcar allí a viejas glorias o glorias molestas para quitárselas de encima, con lo cual se crearon unas empresas llenas de directivos en estructuras de cientos de oficinas que todas mandaban y 4 medio abueletes en los almacenes.



La pugna de poder de esa corte infinita de directivos creó una inoperancia total ya que a día de hoy funcionan casi igual que cuando los ordenadores se accionaban con manivelas, y el motivo final dejo de ser un buen servicio por el de unas abultadas cuentas al precio que sea, y por lo tanto pisotear y estrujar a quien se ponga por delante.



También hay que decir que a esta corte se le ha complicado la cosa, ya que en este ultimo año por cuestiones de la crisis han despedido a bastantes tras la gran criba de repartidores y operarios de almacen que hicieron en años anteriores. Esperemos por tanto que los que se hayan quedado estén por un mejor servicio y no por la lucha interna de mando.





Las cuestiones económicas continuaran dando que hablar.



Nos encontramos en un punto de esta crisis en la que estamos muy mal posicionados por el hecho de perder el tiempo en estos últimos 4 años. Solo nos salvaría el tirón fuerte de los países vecinos y eso no ocurrirá, ya que ellos lo harán de forma moderada y su inercia no nos empujara.



Comienza un año en el que conoceremos la Estanflación, o sea, estancamiento económico (si no bajada) con gran inflación.



La subida de precios en materias primas: petróleo, algunos minerales y alimentos, nos pillara sin crecimiento económico, lo que nos producirá menor consumo, más paro, más inseguridad.



A lo cual hay que añadirle mas impuestos por un lado y recortes en los servicios.



El panorama parece desolador pero podemos encontrar un hueco para nuestro trabajo.



Todos vemos y vivimos el gran cambio de costumbres en el que estamos inmersos, y si nos damos cuenta vemos que la gente se vuelve mas hogareña y sale menos. Pues es ahí donde tenemos una oportunidad, ya que somos un comercio de proximidad y podemos ofrecerles lo que necesitan de nuestro ramo para el uso y consumo hogareño. Por eso además de la distribución ordinaria que no hemos de descuidar ni desmerecer, busquemos y seleccionemos entre ellos productos de consumo hogareño de buena calidad y mejor precio para ofrecer y crear vinculo con el cliente.



Ante las novedades de la nueva ley de tabaco ya conozco algunos bares de mi cercanía que devolverán la maquina al estanco. El gran reto es para los estanqueros ya que les aumentara la venta en sus dependencias, pero ya se apañaran, ya que lo que nos interesa es lo nuestro, y nos encontramos como unos puntos de venta confirmados y aumentados ya que según informaciones de prensa se nos incluye además en la venta manual de puros, por lo que nos refuerzan.



Otro tema del que tendremos que estar alerta son las loterías del estado. En cuanto se reformen a raíz de su privatización se nos tendrá en cuenta como canal de venta, por lo que tendremos que estar pendientes de la evolución.



Personalmente creo que marcharan muy a la baja ya que a saber quien las gestionara y se verán reforzados los juegos de la Once, pero ya veremos.



Corren tiempos malos y apuntan a peor, por eso vemos tan preocupados a los ancianos, a nuestros mayores. Su experiencia les hace preocuparse por nosotros y por nuestros hijos.



Y en cuanto a estos, a nuestros pequeños enseñémosle el valor de las cosas.



Nosotros que hemos crecido de tiempos peores estamos en plena disposición de enseñarles que podemos y estamos retrocediendo, por lo que es primordial enseñarles lo que es el esfuerzo y que las lechugas no las fabrica el supermercado mientras que uno se puede comunicar y desplazar sin tanto gasto, ya que seguramente y después de tantos siglos sean la primera generación que retroceda en su calidad de vida comparándola con la anterior.



Malos tiempos. Pero al menos yo no me rendiré y seguiré luchando.



QUE POR NOSOTROS NO QUEDE

domingo, 2 de enero de 2011

LA TORRE DE ORO

La mañana del 7 de Febrero de 1980 fue mi primer dia como kiosquero. Aquella mañana mi madre y yo nos estrenamos en la profesión. Tras ir a buscar los diarios al grupo, ya que los repartos no tenían nada que ver con la distribución actual, abrimos la caseta por primera vez.




No pasó ni media hora cuando apareció mi tío, ya en aquel entonces un prestigioso vendedor de prensa.



Tras un rato en el que nos echó una mano dado nuestro despiste primerizo, cogimos su coche y nos fuimos a la calle Tallers. En aquellos años La Vanguardia tenia allí una rotativa y un servicio de ventanilla, en la cual cogimos unos ejemplares adicionales de la cantidad asignada a nuestro servicio ordinario. De allí y tras una entrada en el bar para quitarnos el frío con un café, marchamos hacia la calle Unión, donde un nuevo mundo se abrió ante mí.



En aquellos años la única empresa que hacia repartos al completo era Distribarna, que era la delegación para la provincia de MIDESA y que hoy conocemos como LOGISTA.



El resto de distribuidoras no hacían reparto salvo algunas publicaciones y en forma de grupos. Los grupos eran un punto prefijado en barrios, normalmente un punto de venta acordado o un parking, donde se dejaban los servicios de 8 o 10 puntos de venta cercanos, y a los cuales los kiosqueros de esos puntos se acercaban a coger su género.



Pero todas ellas tenían además de sus almacenes, que todavía no eran los actuales de la Zona Franca, unas ventanillas de venta a los vendedores concentradas todas ellas en la calle Unión.



Al momento de entrar en Unión mi tío pudo aparcar, y seguramente me cambió el color de la cara al salir, ya que me dijo riéndose: “Jose Antonio, en menudo lío te has metido, je je je je”.



Lo primero que vi fue una casa de ortopedia especializada en bragueros y una consulta para el tratamiento de venéreas, al mirar hacia el fondo de la calle un hormiguero de gente con paquetes al hombro y carretillas moviéndose de un lado a otro y entre medio coches, furgonetillas, mujeres de la vida nocturna (de esas que fuman mucho en los bares de luces sospechosas), bastantes vendedores de mercadillos que subían a las pensiones el género comprado, y entre medio de todo ello por el asfalto y entre miradas de todos, risas y piropos, apareció un travesti canturreando por soleares con un perrito en brazos y unos movimientos de cadera que eran capaces de ensanchar la calle. Menudo espectáculo y más para mí, que era el primero que veía.



Tras un par de horas de ir corriendo de un lado a otro con la carretilla tras mi tío y de conocer a un montón de personas, tanto vendedores como los trabajadores de almacenes y ventanillas, y con mi cuerpo saturado de novedades, mi tío me dice que “de aquí ya estamos, pero nos falta todavía ir al almacén central de Sabaté,… pero antes vamos a almorzar”.



Entre tanto viaje con la carretilla para cargar y descargar en el coche, ya me había fijado en un pequeño local con un movimiento imparable, no dejaba de entrar gente y los que salían todos lo hacían con unos grandes bocadillos en la mano envueltos en un papel marrón.



Y allí estaba yo, ante una gran institución.



En un pequeño local con un mostrador en forma de U que lo ocupaba todo al menos, había cinco personas preparando los bocadillos delante y a la vista del comprador. Parecía que el local no tenía paredes, ya que eran todo estanterías hasta el techo. En un momento descubrí una cantidad tremenda de conservas y embutidos que me eran totalmente desconocidos y tras el paso de muchos años sé que la mayor parte de ellos no los he vuelto a ver.



Con los clientes apretujadillos nos tocó el turno, y ante mi despiste mi tío pidió uno de pulpitos y dijo que me hicieran uno “de la casa”.



Ante mí, abrieron el pan, cortaron el trozo de atún de una enorme lata que tenía justo delante mío, lo colocaron en el pan desmenuzándolo con el cuchillo, le añadieron unas tiras de pimiento y unas aceitunas sin hueso, tras lo cual untaron la otra cara del pan con abundante mahonesa.



Al acabar pedimos unas aceitunas partidas que nos pusieron en unos cucuruchos de papel, y tras pagar, pues como todos, al bar de en frente a comerlo con una buena cerveza.



Por la mañana El Liceo, de media mañana hasta las dos los kiosqueros, tarde y noche las patrullas de la comisaría cercana, al anochecer las señoras que fuman y a todas horas el barrio.



Toda una institución...



Tras la vuelta de mi servicio militar, los repartos se hicieron globales a todos los puntos de venta, por lo que ya no era necesario ir a la calle Unión casi para nada. He de reconocer que deseaba ansioso el día de tener que bajar a Unión a reponer algo de género o de atípicos y poder gozar de aquellos bocatas tan especiales que tantos y tantos días me reponían las fuerzas perdidas entre prisas y viajes de un lado a otro de carretilla.



Pasan los años y cada vez puedo ir menos, diría que la última vez fue hace cuatro años. Y las cosas cambian al igual que la calle Unión, al igual que nosotros.



Este verano pasado al final de vacaciones pase un día por allí, la calle estaba irreconocible y el local cambiado, lo ví desconocido y con dos minúsculas mesitas con gente tomando café, lo mire con nostalgia y no entré.



Prefiero recordarlo como fué. Una parte muy importante del mundo kiosquero de hace unos años.



La mañana del 7 de Febrero de 1980 fue mi primer dia como kiosquero. Aquella mañana mi madre y yo nos estrenamos en la profesión. Tras ir a buscar los diarios al grupo, ya que los repartos no tenían nada que ver con la distribución actual, abrimos la caseta por primera vez.




No pasó ni media hora cuando apareció mi tío, ya en aquel entonces un prestigioso vendedor de prensa.



Tras un rato en el que nos echó una mano dado nuestro despiste primerizo, cogimos su coche y nos fuimos a la calle Tallers. En aquellos años La Vanguardia tenia allí una rotativa y un servicio de ventanilla, en la cual cogimos unos ejemplares adicionales de la cantidad asignada a nuestro servicio ordinario. De allí y tras una entrada en el bar para quitarnos el frío con un café, marchamos hacia la calle Unión, donde un nuevo mundo se abrió ante mí.



En aquellos años la única empresa que hacia repartos al completo era Distribarna, que era la delegación para la provincia de MIDESA y que hoy conocemos como LOGISTA.



El resto de distribuidoras no hacían reparto salvo algunas publicaciones y en forma de grupos. Los grupos eran un punto prefijado en barrios, normalmente un punto de venta acordado o un parking, donde se dejaban los servicios de 8 o 10 puntos de venta cercanos, y a los cuales los kiosqueros de esos puntos se acercaban a coger su género.



Pero todas ellas tenían además de sus almacenes, que todavía no eran los actuales de la Zona Franca, unas ventanillas de venta a los vendedores concentradas todas ellas en la calle Unión.



Al momento de entrar en Unión mi tío pudo aparcar, y seguramente me cambió el color de la cara al salir, ya que me dijo riéndose: “Jose Antonio, en menudo lío te has metido, je je je je”.



Lo primero que vi fue una casa de ortopedia especializada en bragueros y una consulta para el tratamiento de venéreas, al mirar hacia el fondo de la calle un hormiguero de gente con paquetes al hombro y carretillas moviéndose de un lado a otro y entre medio coches, furgonetillas, mujeres de la vida nocturna (de esas que fuman mucho en los bares de luces sospechosas), bastantes vendedores de mercadillos que subían a las pensiones el género comprado, y entre medio de todo ello por el asfalto y entre miradas de todos, risas y piropos, apareció un travesti canturreando por soleares con un perrito en brazos y unos movimientos de cadera que eran capaces de ensanchar la calle. Menudo espectáculo y más para mí, que era el primero que veía.



Tras un par de horas de ir corriendo de un lado a otro con la carretilla tras mi tío y de conocer a un montón de personas, tanto vendedores como los trabajadores de almacenes y ventanillas, y con mi cuerpo saturado de novedades, mi tío me dice que “de aquí ya estamos, pero nos falta todavía ir al almacén central de Sabaté,… pero antes vamos a almorzar”.



Entre tanto viaje con la carretilla para cargar y descargar en el coche, ya me había fijado en un pequeño local con un movimiento imparable, no dejaba de entrar gente y los que salían todos lo hacían con unos grandes bocadillos en la mano envueltos en un papel marrón.



Y allí estaba yo, ante una gran institución.



En un pequeño local con un mostrador en forma de U que lo ocupaba todo al menos, había cinco personas preparando los bocadillos delante y a la vista del comprador. Parecía que el local no tenía paredes, ya que eran todo estanterías hasta el techo. En un momento descubrí una cantidad tremenda de conservas y embutidos que me eran totalmente desconocidos y tras el paso de muchos años sé que la mayor parte de ellos no los he vuelto a ver.



Con los clientes apretujadillos nos tocó el turno, y ante mi despiste mi tío pidió uno de pulpitos y dijo que me hicieran uno “de la casa”.



Ante mí, abrieron el pan, cortaron el trozo de atún de una enorme lata que tenía justo delante mío, lo colocaron en el pan desmenuzándolo con el cuchillo, le añadieron unas tiras de pimiento y unas aceitunas sin hueso, tras lo cual untaron la otra cara del pan con abundante mahonesa.



Al acabar pedimos unas aceitunas partidas que nos pusieron en unos cucuruchos de papel, y tras pagar, pues como todos, al bar de en frente a comerlo con una buena cerveza.



Por la mañana El Liceo, de media mañana hasta las dos los kiosqueros, tarde y noche las patrullas de la comisaría cercana, al anochecer las señoras que fuman y a todas horas el barrio.



Toda una institución...



Tras la vuelta de mi servicio militar, los repartos se hicieron globales a todos los puntos de venta, por lo que ya no era necesario ir a la calle Unión casi para nada. He de reconocer que deseaba ansioso el día de tener que bajar a Unión a reponer algo de género o de atípicos y poder gozar de aquellos bocatas tan especiales que tantos y tantos días me reponían las fuerzas perdidas entre prisas y viajes de un lado a otro de carretilla.



Pasan los años y cada vez puedo ir menos, diría que la última vez fue hace cuatro años. Y las cosas cambian al igual que la calle Unión, al igual que nosotros.



Este verano pasado al final de vacaciones pase un día por allí, la calle estaba irreconocible y el local cambiado, lo ví desconocido y con dos minúsculas mesitas con gente tomando café, lo mire con nostalgia y no entré.



Prefiero recordarlo como fué. Una parte muy importante del mundo kiosquero de hace unos años.


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